“El fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes”, dijo alguna vez Jorge Valdano, compañero de Diego Armando Maradona en la selección campeona del Mundial de México 1986.
Sin importar cuántas veces se repita, la frase no pierde su validez y en el momento actual resulta especialmente poderosa. En tiempos en los que las cosas más importantes (la vida y la salud) están bajo amenaza constante por un agente infeccioso microscópico, invariablemente volteamos a ver aquellas otras que no sirven para mantenernos vivos, pero que nos brindan una razón para vivir.
La alegría, el asombro, la camaradería y el sentido de pertenencia, todas estas cosas que iluminan nuestra existencia, están presentes en el fútbol. El deporte que ha sido llamado “el más hermoso del mundo” es también el más simple: 11 contra 11 y la pelota debe cruzar la línea de gol.
Entre aquellos que han sido bendecidos con un talento innato para este juego, ninguno ha despertado tantas pasiones, para bien o para mal, como un niño nacido en Villa Fiorito, Argentina, en 1960, consagrado en México en 1986 y fallecido en Tigre, Buenos Aires, el 25 de noviembre de 2020.
Diego Armando Maradona, “El Pelusa”, “D10S”, “El Pibe de Oro” o simplemente “Maradona”, fue una de las figuras deportivas más representativas del siglo XX; una personalidad tan grande que durante décadas, antes de la aparición de otro 10 de baja estatura e inmenso talento, su nombre fue sinónimo de este país sudamericano. De Alaska a Zimbabue, pasando por Polonia e Indonesia, no había un alma que no hubiera escuchado alguna vez la palabra Maradona.
La facilidad y elegancia con que manejaba el balón cambió para siempre nuestra concepción de lo que era posible en una cancha de fútbol. Su desenfado al hablar, su proclividad por los excesos y su inherente nobleza nos enseñaron que la línea que divide a la genialidad de la locura se difumina fácilmente. Bueno, malo, ídolo o villano, Maradona siempre fue lo único que sabía ser: él mismo.
Autor del mejor gol de todos los tiempos en el máximo escenario de este deporte (aquí abajo te dejamos el video), Diego se ganó un lugar en el Olimpo deportivo y la noticia de su muerte, atribuida a un paro cardiorrespiratorio, ha dado ya la vuelta al mundo.
Diego había sido internado a principios de noviembre, diagnosticado con anemia. Al estudiarlo, los médicos descubrieron un hematoma subdural y decidieron intervenirlo. A mediados de noviembre, fue enviado a casa para continuar su recuperación. Con 60 años cumplidos, en un estado frágil y tras una larga batalla con las adicciones, su cuerpo finalmente cedió.
Sus múltiples logros (campeón del mundo en 1986; subcampeón en Italia 1990; máximo goleador de la liga italiana 1987; máximo goleador de la Copa de Italia 1988, mejor futbolista argentino de todos los tiempos por la AFA en 1993) se suman al impacto que tuvo en múltiples generaciones en todo el mundo.
Gracias a él descubrimos que nuestros orígenes no condicionan nuestro destino. El trayecto del Pelusa, de las canchas de lodo al máximo escenario mundial, es una de las historias más inspiradoras del deporte mundial. Quizá su cuerpo ya no esté, pero Diego vivirá por siempre. Complementando lo dicho por Valdano, eso es lo más importante.