Hay personas para quienes la actividad física es una molestia; un inconveniente que deben soportar para mantenerse razonablemente en forma. No disfrutan el deporte y preferirían pasar los días viendo lo nuevo de Netflix. Del otro lado del espectro deportivo están aquellos que no pueden estar quietos. Estos personajes encuentran en el deporte el mejor medio de expresión. Para ellos el ejercicio es terapia y divertimento.
Cynthya Lozada encaja perfectamente en la segunda categoría. Ella es lo que sucede cuando el talento innato y el trabajo duro se encuentran. La acompañamos a un entrenamiento de ciclismo y platicamos con ella sobre su historia y su pasión.
Mientras escribo esta historia recuerdo la primera vez que corrí al lado de Cynthya Lozada. Aunque sería más preciso decir “detrás de Cynthya Lozada”. Seguirle el paso es una tarea complicada, de manera que quien decida entrenar con ella tendrá que resignarse a verle únicamente la espalda. Durante esa primera ocasión hace varios años comprendí algo muy sencillo: es una de esas personas que nacieron para hacernos comer el polvo a los demás. Cada oportunidad subsecuente de entrenar con ella sólo ha reforzado esa convicción.
No es simplemente una cuestión de su VO2máx, que sin duda está por encima del promedio, ni su técnica de carrera o su capacidad de superar el dolor, lo que más llama la atención es la alegría que demuestra, y contagia, mientras hace deporte. Rodeada de ceños fruncidos y expresiones de dolor, ella sonríe mientras avanza a toda velocidad.
El origen
Oriunda de Tlaxcala, Cynthya siempre ha llevado el deporte en sus venas, aunque cuando era pequeña no imaginaba que sería en el triatlón donde encontraría su vocación. Su primera experiencia deportiva fue con la gimnasia. “Mi vida deportiva empezó cuando tenía cuatro años”, cuenta. “Iba a clases de gimnasia y veía a mis hermanos y yo quería ser como ellos. El profesor solamente aceptaba niñas de cinco años pero insistí tanto que finalmente aceptó”. Esa no sería la última vez que la persistencia le abriría puertas.
“Practiqué ese deporte por cinco años hasta que nos quedamos sin profesor. Me quedé con ganas de hacer más pero la ciudad en la que vivía no se prestaba para hacerlo. Sin embargo, siempre quería participar en cualquier deporte”. Como le suele ocurrir a los hermanos más jóvenes de cada familia, la influencia de los mayores es clave. “Ellos siempre fueron muy aventados y quería ser como ellos. Yo era la niña miedosa de la casa pero aunque me diera miedo me iba atrás de ellos y eso me formó”.
Definiendo prioridades
Durante varios años, Cynthya no tuvo una disciplina específica en la cual enfocarse, pero siempre disfrutó estar afuera moviéndose, tanto en patines como en bicicleta. Permaneció en Tlaxcala hasta terminar la preparatoria y luego se dirigió a Ciudad de México. “Estaba muy dedicada a la escuela y acudía a clases de spinning y yoga para estar activa”, cuenta.
Posteriormente, su experiencia en el mundo laboral la llevó a evaluar el rumbo que tomaría su vida. ¿Su decisión? Apostar por su salud y su pasión deportiva. “Entré a trabajar a una disquera. Era un ambiente de mucha fiesta. Un día pensé ‘¿qué está pasando conmigo? Al ritmo que voy no voy a llegar ni a los 30’. Así que decidí salirme de ahí y me fui a Vancouver”.
Cynthya asegura que ese viaje la marcó y le permitió reordenar sus prioridades. “Cuando regresé a México empecé a trabajar en eventos deportivos. Conocí a atletas de alto nivel y me invitaron a hacer triatlón. Yo ya lo conocía de lejos pero no lo practicaba”. Cynthya se sintió intrigada de inmediato, pero no se sentía cómoda en el agua, así que decidió cambiar eso. “Me metí un mes a un gimnasio que tenía una alberca chiquita y tomé clases. Regresé y les dije que sí quería entrar al equipo de triatlón. De 3 a 6 de la tarde entrenaba con ellos. Descubrí cómo se apoyaban y me empezó a gustar cada vez más”.
Para ese punto estaba claro que tenía cierta facilidad para el deporte (no todo el mundo recibe una invitación de parte de atletas de élite para entrenar en su equipo), pero aún no sabía de lo que era capaz. “Hice mi primer triatlón en Veracruz con una bici que me prestaron. Después del evento fuimos a comer. Luego iba a ser la premiación. Yo tenía pensado irme hasta que me dijeron ‘¡Cynthya, estás en el podio!’. Gané y ese evento me clasificó a mi primer mundial en Chicago. Pensé ‘esto es lo que quiero de mi vida’”.
Una nueva vida
Un éxito llevó al siguiente y en muy poco tiempo su enorme capacidad llamó la atención de propios y extraños. “Recuerdo que trabajaba en Televisa e iba a haber una carrera de 5 kilómetros. Me dijeron que la ganadora se llevaba una pantalla. ‘¿Cuánto tiempo tengo que hacer para ganármela?’, les pregunté. Me dijeron que la ganadora anterior había hecho 19 minutos. Hice la carrera y gané. Vi que había mucha gente muy dedicada que llevaba años corriendo pero a mí se me facilitaba el deporte. En ese momento lo hice consciente”.
Dicen que uno es el promedio de las cinco personas con las que pasa más tiempo. Afortunadamente para Cynthya, muy pronto se encontró rodeada de grandes amigos que compartían su pasión y la impulsaban a creer en sí misma. “Empecé a tener amistades que me contaban sus historias. Ellos creían mucho en mí y me impulsaron para salir adelante. Yo no veía lo que ellos veían en mí, pero gracias a eso empecé a ponerme nuevos retos y tuve buenos resultados”.
La expresión “buenos resultados” no le hace justicia a lo que ocurrió. Corrió su primera carrera de trail, de 50 kilómetros, y quedó en segundo lugar (no ganó porque se cayó y siguió a otro corredor para no perderse); hizo su primer duatlón y lo ganó; participó en su primer Ironman 70.3 y quedó en tercer lugar. Posteriormente, corrió su primer maratón y calificó a Boston (la joya de la corona de la disciplina). Una vez ahí, terminó con el mejor resultado entre todas las corredoras mexicanas.
La voluntad de ser cada vez mejor
Cynthya ha sumado un gran número de hitos y ha adquirido mucha experiencia en poco tiempo. Todo esto fue el resultado de atreverse a correr el riesgo de salir de la zona de confort. “Yo veía gente que hacía Ironmans y eso me marcó. Yo quería ser ese tipo de persona y la decisión estaba en mí así que decidí poner manos a la obra”, asegura. “Cuando no practicaba deporte la pasaba muy mal con depresión, colitis y gastritis. Cuando regresé al deporte volví a nacer”.
¿Qué podemos aprender de esto aquellos que no tenemos el talento de Cynthya o su capacidad de resistir el dolor? Que el deporte puede cambiarnos la vida y no se precisa subirse a un podio para obtener los beneficios que brinda. “Es la mejor inversión que hay”, afirma la atleta.
A cada lugar que voy salgo a correr o me subo a la bici y siento que tengo a mis mejores amigos a un lado. Entre aquellos que hacemos deporte nos entendemos y no hay malicia en primera instancia”. El único requisito para pertenecer a esta hermandad global de atletas es salir y dar todo lo que tienes. Se trata de lo mejor que puedes hacer por ti mismo.
“El deporte me ha traído puras cosas buenas y quisiera que más gente lo hiciera y se probara”, dice Cynthya. “Cuando te levantas temprano y haces cosas por y para ti, le das el valor que merece a tu vida. Me encantaría poder apoyar a más personas para que tengan estas experiencias. Es parte del legado que me gustaría dejar. Estoy trabajando en ello”.